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Los enamorados: Ella

 El pretexto de un encuentro fugaz y vanidoso era algo que aborrecía desmesuradamente entre hombres y mujeres. La proeza de los sentimientos nace de la belleza de su innatismo, y la voluntad, intensidad y tiempo, era el secreto de su esencia. Solo confiaba en la erupción del primer instante. Un instante que transformaba los cuerpos, deformaba el tiempo y desafiaba el porvenir de las vidas. ¿No es más natural la exigencia de un amor verdadero que nace del presente que el conformismo de fraguarlo en el tiempo? -pensó ella mientras recordaba a todos aquellos actores que una vez tentaron su amor. Se sintió egoísta al pensar aquellas palabras pero... ¿No somos recipientes en el mundo? La ambición de lo auténtico se basaba precisamente en el propio derecho de poder conseguirlo. Ella lo buscaba a Él con un anhelo para ella desconocido, latente en su pecho como una fuerza poderosa. El deseo la devoraba haciendo flaquear sus músculos; era abisal el sentimiento que descendía en su corazón mientras que la emoción transgredía su cuerpo como el empuje de un oleaje violento. 

Anduvo por la calle bajo el efecto del encanto que proponía la cotidianidad de un día soleado. Observaba los ritmos de las otras personas y la fachadas de sus rostros, intentando desentrañar algo que calmara la necesidad de absorber aquellas intimidades. Era una inquietud iniciática de la que siempre se había sentido hambrienta, intensa, voraz, y a la vez, cercana. Sintió la sensualidad de pararse allí en medio y convertirse en el centro referencial de todo aquél universo que circulaba como un caos ordenado. Denostó las fugaces miradas, simples, acomplejadas y prejuiciosas, y empoderó su figura con la solemnidad de una estrella. Los destellos de luz y todas aquellas sombras andantes que transitaban arriba y abajo, no le impidieron observar la mirada afilada y sostenida de aquella figura al otro lado. El momento entró en una latencia deliciosa difuminando el entorno y haciéndolo pequeño e insignificante. Él la miraba sin que hubiera un hoy y ella vibró en la consciencia del ahora. Proyectó toda su tensión en su mirada deduciendo el fuego que emanaba de su ser, sospechando que tras la fachada se escondía un amante enloquecido. Se disgregó el tiempo como en los detalles de una vieja historia, dibujándose un sinsentido fruto del instante mágico. Se recreó en el momento e imaginó una perspectiva geométrica, donde solo ellos trazaban las matemáticas de un mundo que se volvía absurdo pero a la vez simple. Ella y solo Él.

El instante se convirtió en momento y éste en experiencia. Brotó en ella un ensimismamiento llamado brutalmente amor, carente de palabras, carente de ideas, enjaulado y deseoso de manifestarse  en el alma ajena. Si la destreza de un avión consistía en surcar las nubes, ella había conquistado el cielo simplificando aquél momento. Protestó por la distancia, pero situada en aquella avenida, vislumbró todos los rasgos de él. Cayó en sus ojos e imaginó un sensual hermetismo que conectó la pulsión del corazón y su sexo, dando rienda suelta a la posibilidad de lo venidero. Resonó en su interior el tambor de la voluntad anunciando guerra y el de su corazón anunciando un verso apasionado. Tambores que se sincronizaban con el tiempo desoyendo al prejuicio y clamando acción, hechos...amor. Avanzó haciendo caso omiso a las sombras que circulaban a su lado, como si fuera receptora de la iluminación del universo, fijada en él y al son de una música que provenía de un lugar desconocido. La mística había venido para recoger el deseo, y tras ello, la incognoscible levedad del enamoramiento. 

Él dijo: He comprendido la esencia del deseo.

Ella contestó: He trascendido hasta aquí.

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